La primera relación que suele hacerse tiene que ver con la piel. El frío, la lluvia y, sobre todo, el viento, afectan a la piel de muchas personas, haciendo que los labios, la nariz y las manos se “pelen”. Sin embargo, aunque esta hipótesis parece muy plausible, la expresión “hace un frío que pela” tiene un origen muy distinto.
Para encontrarlo, debemos retroceder hasta 1950 y trasladarnos hasta el macizo de Annapurna, en el Himalaya. Allí, una expedición que logró hacer cumbre se encontró con una inesperada bajada de las temperaturas, ya de por sí bajas. En un solo día, los termómetros bajaron 15 grados, haciendo que los montañistas se encontrasen en una situación límite.
Estas terribles condiciones hicieron que casi todos los alimentos que llevaban se estropeasen. Entre las pocas cosas que se salvaron, había un paquete de almendras. Este fruto seco, aunque muy últil por su alto contenido en proteínas, parece poco adecuado para abrir con guantes y las manos semicongeladas. ¿O no?
Sorprendidos, los alpinistas descubrieron que el frío extremo hacía que las almendras fuesen muy fáciles de pelar. De este modo, comenzaron a afirmar que hacía “un frío que pela”. Que pela almendras, concretamente.
Fuente: 20minutos.