«Hace 12 años emigré a Estados Unidos y mis inicios fueron difíciles. No fue el sueño americano. Básicamente terminé en la calle, viviendo y durmiendo en un coche. Un día estaba en un centro de donaciones, un lugar donde la gente sin recursos compra ropa de segunda mano, y vi una colección cerrada muy grande de cromos de fútbol. Costaba 200 dólares y me quedaban 200 dólares. Sabía que el fútbol estaba creciendo en Estados Unidos, que el coleccionismo de béisbol o de baloncesto movía mucho dinero en el país y pensé que quizá valía la pena, que podía sacar algo. Realmente tampoco imaginé que llegaría a dedicarme exclusivamente a los cromos», relata el argentino Damian Olivera-Bergallo, uno de los coleccionistas de cromos más importantes del mundo, con una vida que exige un relato. @elmundo