En momentos en que políticos, publicitarios y afines nos taladran los oídos con el “todos y todas”, “los chicos y las chicas”, “los trabajadores y las trabajadoras”, etcétera (y etcétero), es una bocanada de aire fresco ver que en algunas regiones del globo subsiste el sentido común.
Hubo un tiempo en que en la escuela se enseñaba a escribir correctamente, es decir, respetando reglas que hacen a la buena comunicación y con criterios mínimos de estilo; entre otras cosas, se buscaba evitar la cacofonía y la redundancia, que afean tanto la escritura como la oralidad. Hoy, por moda, por pose, por oportunismo, ambas deformaciones proliferan en la comunicación pública hasta el punto de la saturación.
Es la herramienta de gente que sustituye su inacción o su inoperancia con discurso. Para colmo, pretenden imponer sus artificios al conjunto. Nada más antidemocrático. El solo hecho de que una Facultad de la UBA decida que los profesores deben aceptar trabajos en “inclusivo” es indicio de decadencia cultural y una falta de respeto a la profesión docente y a la excelencia académica.
Los inclusivo-parlantes deberían hacer un plebiscito antes de seguir imponiendo su capricho a los demás amparados por la desidia o complicidad de un gobierno que, como no puede o no sabe resolver lo importante, se concentra en las apariencias. @infobae