![El triste precio de la estupidez @PerezReverte](data:image/svg+xml;base64,PHN2ZyB4bWxucz0iaHR0cDovL3d3dy53My5vcmcvMjAwMC9zdmciIHdpZHRoPSI4MDEiIGhlaWdodD0iMTMyMCIgdmlld0JveD0iMCAwIDgwMSAxMzIwIj48cmVjdCB3aWR0aD0iMTAwJSIgaGVpZ2h0PSIxMDAlIiBmaWxsPSIjY2ZkNGRiIi8+PC9zdmc+)
Arístides, según nos cuenta Plutarco en sus Vidas paralelas, era un político ateniense. Sometido a una consulta popular para establecer si se le condenaba al destierro –ostracismo se llamaba a eso, pues se escribía el voto en conchas marinas, un ciego, que ignoraba quién era, le pidió que anotara por él su propio nombre. “¿Que te ha hecho de malo?“, preguntó Arístides mientras lo hacía. “Nada -respondió el ciego-. Pero estoy harto de oír decir que es una persona honrada”.
Hartazgo es la palabra: un término a menudo subestimado en política y otros ámbitos, pero cuyos efectos pueden ser lo mismo liberadores que tóxicos. De muchos hartazgos históricos surgieron derrocamientos y tiranías. Pocas cosas son tan ingobernables, por una parte, y tan manipulables por otra -si se cuenta con medios adecuados- como la reacción de las masas hartas de algo. O de alguien. @elmundo
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Arturo ha pedido que lo pongan en abierto (a petición del respetable), así que podéis leer el artículo completo aquí.
Enviado por @Agapitopito2