Haciéndole trampas al solitario

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Corría la primavera de 1989, dos años después del atentado de Hipercor e inmediatamente después de la ruptura de las negociaciones de Argel, cuando el Gobierno de Felipe González comenzó a aplicar la política de dispersión en un escenario donde los presos de ETA se agrupaban en las cárceles de Herrera de la Mancha (Ciudad Real), sobre todo, y Alcalá-Meco (Madrid) o Carabanchel, en el caso de las mujeres. El objetivo era enviarlos a cumplir condena a prisiones a cientos de kilómetros de sus casas y de donde cometieron los delitos para intentar debilitar el control que mantenía la dirección de ETA sobre el colectivo de presos. @noticiasdegipuzkoa

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