Sólo se ha llegado a ese extremo en dos ocasiones: en 1994, cuando el volcán se activó tras pasar siete décadas dormido, y en el 2000, cuando 41.000 tuvieron que desalojar sus hogares ante el riesgo inminente de erupción. Vivir a menos de 12 kilómetros de un volcán activo implica vivir siempre con una maleta preparada. También acostumbrarse al ruido constante de las erupciones, al olor a azufre y a llenar cubos enteros de ceniza. En esta región del interior de México, confluyen dos imponentes volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, que las comunidades prehispánicas identificaban con los cuerpos de una princesa y un gran guerrero que vivieron un romance truncado por la guerra. Su amor fue tan grande que, cada vez que el Popo se acuerda de su amada, la tierra tiembla y su antorcha vuelve a iluminarse. @elmundo