Llueve y hace frío en Madrid. En los últimos días, salir a la calle se ha convertido en un deporte de riesgo. Sin embargo, a escasos metros de Gran Vía, la vida no se detiene. Son las seis y media de la tarde y una larga cola se agolpa a las puertas de Golden, un club para la tercera edad. “Somos mayores y queremos vivir lo que nos quede, sea mucho o poco. Hablo por mí y por todas”, dice Dionisia, una de las primeras en llegar. Acaba de cumplir 80 años y, junto a sus amigas, acude a la sala cuatro días a la semana: “Los otros tres nos vamos al teatro o comemos en un restaurante. La tenemos completa”. A lo largo de su existencia, reconoce haberse desvivido por todo el mundo, excepto por ella misma. Hijos, nietos y también su marido, que enfermó con apenas treinta años. Tras fallecer a los 72, Dioni, como la llaman cariñosamente, entró en una profunda depresión de la que solo una amiga cercana pudo sacarla. “Desde que salgo de fiesta me ha cambiado la vida. A estas edades hay que quitarse las espinitas que nos quedan”, añade. @epe