Sobre una muestra de 9500 jóvenes entre 16 y 30 años, el 89% afirmaba necesitar taxativamente el compartir sus vacaciones en las redes. El mismo estudio de Cambridge afirmaba que el 83% de los jóvenes sentía cierta ansiedad al ver las stories y las fotos de amigos o de gente a la que seguía. El 68% afirmaba estar más atento a poder compartir sus experiencias que a disfrutar de la experiencia. Compartir momentos que en realidad son olvidados al cabo de un tiempo. Instantes que solo importan por el impacto que causan en los demás, no por el que causan en el que los vive. Es la despersonalización absoluta de la experiencia. Convertir cada salida, cada cena, cada viaje, en un spot publicitario. Enseñar solo lo mejor (o lo que se cree que es mejor) de cada vivencia, ocultando todo lo que creen que sobra y lo que es peor, aferrarse a una serie de patrones de imitación que homogenizan hasta la náusea la forma de entender lo que es bello, lo que es excitante, lo que merece la pena.
La vida está alejándose más que nunca de la realidad, para convertirse en una retransmisión. Las personas se convierten en actores. Actores de una obra que solo importa si tiene espectadores. Espectadores que ni tan siquiera conocen o conocerán. Es la banalización más absoluta de la realidad.
Es la felicidad más triste de la historia de la humanidad. @IanCurtis.
Y así están en China…
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A mí hay gente con la que me da pereza hacer viajes o quedar porque parecen más pendientes de retransmitir su día que de vivirlo. Pero bueno, esto ha pasado siempre, en otros formatos.
Mi primo Iñaki se pasa más tiempo pensando en qué tiene que hacer, que haciendo 😀