De Instagram pasó a otras aplicaciones y plataformas, como Snapchat, un servicio de mensajería muy popular entre los adolescentes. En poco tiempo, “en lugar de estar jugando a policías y ladrones” dedicaba cinco o seis horas diarias a “ir pasando, sin pensar, el dedo sobre la pantalla” para ver las últimas novedades, cuántos me gusta acumulaban sus fotos y mensajes, cuántos los de sus amigos, qué había dicho quién y qué le habían contestado, junto a imágenes de gente imposiblemente bella y feliz. @elpais
Todos los padres cuando ven a los chavales pegados a la pantalla del móvil:
Da igual que les limites horas, dispositivos, etc… da igual. Es una droja.