Omar (pseudónimo) trabaja en Lavapiés, cerca de una de las calles que colindan con la plaza Tirso de Molina. “Es mi territorio. Me muevo por ahí”. De origen senegalés, pero con un perfecto dominio del castellano, vive en un barrio periférico de Madrid, en una habitación compartida, pero cada día, como si de un curro más de oficina se tratara, se acerca hasta el centro de la capital a intentar vender su mercancía. Ahora, eso sí, lo tiene más difícil para conseguir heroína y, además, la vende a mayor precio (la micra la vendía a cinco euros y ahora a 10). Y lo mismo le ocurre a Javier (pseudónimo), que la pasaba a 50 y ahora lo hace a 70. La crisis de suministros, según confirman fuentes de la Policía a EL ESPAÑOL, también ha influido en este negocio. @elespanol