“Esto antes era un pueblo de tres casas, había una familia y poco más”, rememora Ángel Ibáñez, uno de los arquitectos responsables de aquel milagro sostenible al que se bautizó como Ecociudad de Sarriguren, algo inédito hasta entonces en Europa, tanto que el planeamiento fue reconocido por la ONU en 2000 como “Buena práctica en Desarrollo Sostenible” y obtuvo el Premio Europeo de Urbanismo en la categoría Medio Ambiente y sostenibilidad en 2008.
“Todo esto estaba rodeado de campos de trigo”, añade Ángel señalando el derredor, sentado en un banco de madera de la loma sobre la que se levantaba el antiguo poblado, del que se rehabilitaron tres construcciones, entre ellas la Iglesia, y que actualmente presiden la villa. Los bloques de viviendas de nueva construcción que circundan el altozano apenas tienen dos alturas, buscando la armonía y que el centro no perdiera el protagonismo. “Queríamos que se pudiera ver el pueblo original desde otros puntos, que no perdiera la centralidad, por eso los edificios alrededor tienen una altura menor y están situados a una cota más baja”, explica Alfonso Vergara, arquitecto, economista y sociólogo, e ideólogo de la empresa Taller de Ideas que ganó el concurso convocado por el Gobierno de Navarra en 1998. @epe