Ekaterina sabía que aquel era un lugar tremendamente desagradable, donde los detenidos en las protestas se hacinaban en celdas diminutas con los sintecho, en un ambiente pestilente y sin agua ni comida. “Pero me asustó más dejar a dos niños solos en casa sin saber seguro cuándo podría volver”, dice. Así que allá que fueron las dos mujeres y los cinco niños con sus flores y sus carteles caseros de “no a la guerra”, grabaron vídeos de los niños frente a la Embajada, allí sólo estaban ellos.